Para darle un toque original y exótico, Lo presenté en una manga pastelera decorada a mano, y en vez de poner los ingredientes y el modo de empleo así a palo seco, me inventé toda una leyenda con príncipes, princesas, jabones y oasis lejanos. Ahí os enseño mi jabón y mi cuento. Espero que os guste.
Se dice que hubo una vez en el Lejano Oriente, un Príncipe que deseaba casarse con la hermosa Princesa del reino vecino. La Princesa accedió a ser su esposa si él le traía una joya desconocida, rara y preciosa, y si no le agradaba su regalo, escogería a otro de sus muchos pretendientes. Aunque el Príncipe poseía valiosas joyas, partió en su alfombra voladora a países lejanos, dispuesto a ofrecer a la Princesa algo muy especial.
Viajó cruzando desiertos y mares, y cuando estuvo cansado de buscar, paró en una casa humilde junto a un oasis para que le dieran cobijo. Allí encontró a una joven que daba vueltas con una cuchara de madera a un caldero dispuesto sobre unas brasas. Desprendía un delicioso aroma a especias exóticas. Al Príncipe le pareció muy hermosa, más que la Princesa, y su piel era tersa y suave como la más fina de las porcelanas. Durante un rato admiró fascinado a aquella mujer, que de forma tan sensual mezclaba ingredientes: El mejor y más fragante Aceite de Oliva, con dorado Aceite de Argán, Aceitunas Negras. Ricos Aceites Esenciales de Anís y Clavo, otros Perfumes hechos por magos, que evocaban lugares lejanos, y también unos extraños polvos llamados potasa, que sin duda había obtenido de algún alquimista.
Él no podía apartar la vista ni de ella ni del proceso que estaba llevando a cabo. Ella le explicó que estaba haciendo jabón. No un jabón cualquiera, sino uno cremoso, cuya receta mágica sólo ella conocía, y que podía conseguir que, hasta la piel más curtida de los habitantes del desierto, quedase suave como los pétalos de una flor. Ella tomó un poco de jabón del caldero y se lo ofreció. Él lo observó entre sus dedos. Era oscuro, transparente y muy, muy brillante.
–Como una gema - pensó el Príncipe. –Esta es la joya que debo llevar a la Princesa. Por fin la encontré.
El Príncipe quiso probar aquel jabón tan exquisito, y la joven le condujo hasta el oasis.
En la orilla, le despojó de sus ropajes y le humedeció la piel. Él observaba maravillado su fascinante modo de empleo. Con dedos delicados, ella aplicó una pequeña cantidad de jabón, más o menos del tamaño de una almendra, sobre la piel húmeda del Príncipe, extendiéndola con un suave masaje por todo el cuerpo, y lo dejó un poco de tiempo para que hiciera su magia antes de aclararlo con agua y una esponja. El Príncipe, llevado por las sensaciones, dejó escapar varios suspiros placenteros que, si bien algunas lenguas maledicentes atribuyeron a la falta de decoro en los masajes de la joven, el Príncipe explicó, y queremos creerle, que se debían al reconfortante y exquisito aroma del jabón.
Después de esta experiencia, el Príncipe no quiso llevar la joya recién descubierta a la Princesa.
--Anda y que la zurzan. A ella y a su estúpida forma de elegir pareja- se dijo, -Me quedo con la jabonera, su jabón y sus masajes, que seguro que me alegran la vida más y mejor.
Y se quedó en el oasis con la hermosa jabonera. Cuentan las crónicas que durante toda su vida se mantuvieron jóvenes y bellos, y era frecuente encontrarlos por todos los oasis del Reino, aplicándose mutuamente jabón.
–Como una gema - pensó el Príncipe. –Esta es la joya que debo llevar a la Princesa. Por fin la encontré.
El Príncipe quiso probar aquel jabón tan exquisito, y la joven le condujo hasta el oasis.
En la orilla, le despojó de sus ropajes y le humedeció la piel. Él observaba maravillado su fascinante modo de empleo. Con dedos delicados, ella aplicó una pequeña cantidad de jabón, más o menos del tamaño de una almendra, sobre la piel húmeda del Príncipe, extendiéndola con un suave masaje por todo el cuerpo, y lo dejó un poco de tiempo para que hiciera su magia antes de aclararlo con agua y una esponja. El Príncipe, llevado por las sensaciones, dejó escapar varios suspiros placenteros que, si bien algunas lenguas maledicentes atribuyeron a la falta de decoro en los masajes de la joven, el Príncipe explicó, y queremos creerle, que se debían al reconfortante y exquisito aroma del jabón.
Después de esta experiencia, el Príncipe no quiso llevar la joya recién descubierta a la Princesa.
--Anda y que la zurzan. A ella y a su estúpida forma de elegir pareja- se dijo, -Me quedo con la jabonera, su jabón y sus masajes, que seguro que me alegran la vida más y mejor.
Y se quedó en el oasis con la hermosa jabonera. Cuentan las crónicas que durante toda su vida se mantuvieron jóvenes y bellos, y era frecuente encontrarlos por todos los oasis del Reino, aplicándose mutuamente jabón.
Maribel