Cada vez que salgo de compras se me pone el "ojo jabonero" . Dicha dolencia consiste en que el que la padece tiende a imaginar un uso jabonero para todo lo que ve, ya sea animal, vegetal o mineral.
Todo vale. Todo hace falta y hay que comprarlo ahora mismo.
Podría parecer una enfermedad leve, pero tiene un importante efecto secundario, y es que se tiende a almacenar cantidades ingentes de objetos variopintos en lo que he llamado "el armario de por si acaso" y que ya se ha extendido por toda mi casa.
Una de las últimas adquisiciones fueron estas latas de conserva, y en cuanto las ví, pensé que eran el embalaje ideal para los jabones de algas y sal y claro, las compré.
Mis hijos -una vez más- me miraron raro y me intentaron hacer ver que las latas de conservas no evocan precisamente propiedades cosméticas apetecibles, pero yo soy cabezota.
Este mes de junio, el grupo de Brujas y Burbujas propuso como reto un jabón de sal . Las condiciones eran muy estrictas: tres aceites y una manteca, nada de colorantes para no desvirtuar el aspecto de la sal y una infusión en el agua de la sosa.Con tan pocas posibilidades estéticas, irónicamente el jabón de sal iba a quedar tremendamente soso, así que pensé que era el jabón ideal para hacer una presentación original.
Cuando pienso en sal, lo primero que me viene a la cabeza son las preciosas salinas de Isla Cristina, y el Atlántico que las forma, y el olor del mar y el campo .....Y eso es lo que quería para mi jabón. Así nació el jabón que quería ser mar.
Tiene aceite de coco, de oliva, de palma y de ricino. Alga espirulina, flor de sal de Isla Cristina, aceites esenciales de lima, hierbabuena y romero y un poco de nostalgia de las mañanas que, con mi padre y mis hijos pequeños, madrugábamos para ver por las salinas de Isla a los flamencos despistados de camino a Doñana.