Llevo todo el verano de obras. Eso ha supuesto tener que
vaciar tooooda la casa, meter nuestra vida entera en cajas y buscarle acomodo temporal en
sótanos prestados y casas de parientes.
Entre las miles de cosas que he empaquetado estaban todos
mis aperos jaboneros: materiales, herramientas, moldes y demás cacharrerío.
La cosa fue más o menos así: Saqué un par de cajas y me dispuse a ello. Llené las dos cajas y no había recogido ni el 10%. Llené un montón de cajas más, y aún salieron muchos más trastos porque mis cosas jaboneras llenaban cada hueco que se quedaba libre de la casa, casi en cualquier habitación.
Verlo todo junto, asusta. Mucho.
Han vuelto pasar por mis manos cada una de las tarrinas de flan en las que yo ví un molde en potencia, cada maderita que guardé “por si acaso” y una lista interminable de compras compulsivas de ingredientes y herramientas, algunas francamente inútiles. Estoy segura de que todos los jaboneros del mundo saben exactamente a qué me refiero.
La cosa fue más o menos así: Saqué un par de cajas y me dispuse a ello. Llené las dos cajas y no había recogido ni el 10%. Llené un montón de cajas más, y aún salieron muchos más trastos porque mis cosas jaboneras llenaban cada hueco que se quedaba libre de la casa, casi en cualquier habitación.
Verlo todo junto, asusta. Mucho.
Han vuelto pasar por mis manos cada una de las tarrinas de flan en las que yo ví un molde en potencia, cada maderita que guardé “por si acaso” y una lista interminable de compras compulsivas de ingredientes y herramientas, algunas francamente inútiles. Estoy segura de que todos los jaboneros del mundo saben exactamente a qué me refiero.
Por supuesto, con la obra ya terminada y los armarios nuevos
listos para ser organizados de una forma más sensata, ha llegado el momento de volver a poner las
cosas en su sitio. Mi familia ha sido muy tajante en cuanto al espacio disponible
para mis cacharros. Creo que no estoy son imaginaciones mías, ni exceso de
suspicacia por mi parte si digo que noto frías miradas en mi nuca y susurros a
mis espaldas en los que sólo distingo a oír “ni de coña” repetidas veces
Valoré la posibilidad de hacer algún trueque, y quitarme de
en medio cosas en desuso cambiándolas por otras más prácticas, pero eso no
implicaba una reducción real del volumen, sólo un cambio, así que después de darle unas
cuantas vueltas, he decidido instaurar la semana mundial del despilfarro
jabonero experimentar con todo ello.
Así como suena. Voy a ver si por fin gasto todo aquello que
tengo y convierto las miles de bolsitas de aditivos extravagantes en jabones con las formas de esos moldes que
nunca usé. Creo que en unos días, cuando termine la mudanza, voy a pasar un
tiempo experimentando con fórmulas y materiales inéditos. Realmente eso es siempre lo más divertido, así
que espero pasármelo muy bien con esa tarea. Cuanto más lo pienso, más me
apetece, y además, seguro que me sorprendo con los resultados. Ahí lanzo mi propuesta, y si alguien se anima, el jaboneo
estrambótico es mucho más divertido entre varios.
Besos veraniegos!!