Con frecuencia me preguntan qué significa la concentración del agua en el jabón y qué trascendencia tiene en la fórmula y en el resultado final del jabón, así que voy a intentar explicarlo lo más sencillo posible, aunque el tema es extenso.
Los tres componentes fundamentales del jabón natural son las grasas, la sosa y el agua. A partir de esos tres ingredientes, podemos añadir otras cosas como aditivos, colorantes, aromas, etc, pero si falta alguno de esos tres no tendremos jabón. La proporción de sosa y grasas tiene siempre que estar muy medida y es muy importante que esté equilibrada, pero ¿qué pasa con el agua?
En realidad, el agua no sólo es un ingrediente, también es el medio en que se produce la saponificación, o sea, la reacción química que forma el jabón. Necesitamos el agua para disolver la sosa, y para que ésta saponifique las grasas. Una vez que la reacción química está completa, el jabón sólo conserva una parte del agua, y el resto se evapora durante el curado y secado del jabón.
¿Qué es la concentración en el jabón? La cantidad de sosa que tenemos que poner en el jabón nos viene dada por los aceites de la receta, pero según nuestras necesidades, podemos disolverla con más o menos agua. Eso determina la concentración. Cuanto menos agua pongamos, más concentrada será la disolución, o sea, la concentración será mayor. Esa concentración se expresa en porcentajes. Por ejemplo, una concentración del 28% significa que de nuestra disolución de agua/sosa, 28 partes serían de sosa, y el resto hasta 100 sería el agua. Por eso, cuando variamos la concentración, la cantidad de sosa siempre permanece constante y lo que varía es la cantidad de agua en la que disolvemos esa sosa.
En química, la disolución de cualquier sustancia alcalina en agua se denomina lejía, y aunque en el lenguaje de calle, llamamos lejía a la que se usa para limpiar y blanquear la ropa (hipoclorito de sodio), lo cierto es que la mezcla de sosa y agua es una lejía también, así que a partir de aquí, cuando hablemos de lejía, estaremos hablando de la mezcla de agua y sosa que añadimos a nuestro jabón. La lejía es la principal aportación de líquido en el jabón, pero no es la única, ya mucha veces añadimos más líquido con los aditivos.
¿Como calculamos la concentración? Cuando calculo las recetas a mano (en esas rarísimas ocasiones.....) suelo utilizar la regla para torpes: multiplico la cantidad de sosa por 2,5 y me da la cantidad de agua que equivale a una concentración del 28% que es bastante usual para jabonear, pero se puede calcular cualquier otro porcentaje usando una regla de tres. Personalmente siempre dejo que la maravillosa y nunca suficientemente loada calculadora de Mendrulandia lo haga por mi.
Ahora: ¿Hay una concentración idónea para el jabón? Pues no, la verdad.
En el jabón, la proporción de aceites y sosa siempre está muy medida y es muy importante mantenerla equilibrada, pero la cantidad de agua admite mucha variación. Podemos poner una cantidad de agua muy diferente y al final obtendremos un jabón muy parecido,sin embargo el proceso de hacer el jabón variará bastante. Algunos jabones, como el jabón de la abuela, se suelen hacer con una concentración bajísima, cercana al 15%, mientras que algunos jaboneros utilizan a veces concentraciones del 40% o incluso superiores. La concentración máxima que podríamos usar sería el 50%, Si pusiéramos menos agua , la sosa no llegaría a disolverse bien a quedar saturada la disolución.
¿Y qué diferencia hay si hacemos el jabón con una concentración mayor o menor? Pues mucha y muy poca. Me explico. Hay diferencias mientras hacemos el jabón, pero el jabón resultante al final será muy parecido.
-Trabajar con concentraciones bajas, entre el 25% y el 34% aporta más agua al jabón. Tardamos más en llevar el jabón al punto de traza, tendremos más tiempo para trabajar el jabón antes de que espese demasiado, y por eso estas concentraciones son las que se usan cuando queremos hacer jabones con decoraciones complejas, con varios colores, y técnicas decorativas que requieren trazas muy líquidas, como la decoración de columna o embudo, el swirl-in-the-pot , el mantra swirl o los firulillos de colores en general. Son concentraciones cómodas, en las que uno se lleva pocos sustos, son las más adecuadas cuando trabajas con aromas sintéticos que amenazan trazar de golpe, y las mejores, desde mi punto de vista, para principiantes. Además aguantan mejor sin espesarse incluso aunque trabajemos con la sosa o los aceites templados, y nos simplifican la vida cuando hacemos jabones con el proceso en caliente. La calculadora de jabones de Mendrulandia por defecto calcula una concentración del 28% y a mi me parece perfecta para casi todo, y subrayo el "casi"
En el "lado malo" también tenemos algunos efectos derivados de este exceso de agua. Lo más llamativo es el tiempo que tarda el jabón en secarse. Normalmente los jabones hechos con bastante agua tardan más en secarse. Las cuatro semanas que dejamos el jabón al aire, y que mal llamamos "tiempo de curado" en realidad es en parte curado, en parte secado, y el jabón durante esas cuatro semanas completa la reacción química de la saponificación, pero también pierde el agua que le sobra. Los jabones con más agua, lógicamente tardan más en secarse, y un jabón muy seco hace más espuma, dura más y se queda menos baboso.
Otra consecuencia no deseada del exceso de agua es que en los moldes de silicona son una pesadilla para desmoldarlos porque se quedan húmedos mucho tiempo.
Aparte de estas dos cosas, que pasan siempre, hay otros efectos que no son tan frecuentes pero que pueden pasar: Al evaporarse el agua sobrante, a veces arrastra el exceso de sosa y afloran las antiestéticas cenizas en la superficie, sobre todo en jabones con sobreengrasados bajos, y además, a veces los jabones blandos cuando pierden el agua sobrante encogen, y si es mucha, pueden llegar a deformarse, hundiéndose en el centro.
-Trabajar con concentraciones altas: entre el 35% y el 50% tiene justo los efectos contrarios. La traza llega antes, y eso, cuando hacemos jabones sin mucho adorno y con porcentajes altos de aceite de oliva, es de agradecer porque tardamos mucho menos. Además el tiempo de secado se reduce considerablemente, los jabones gelifican mejor y por lo general quedan más lisos y brillantes al cortarlos. Imprescindible si quieres que los jabones en moldes de silicona te queden bien y no queden como plastilina. Para mi gusto, son concentraciones ideales para jabones lisos, jabones a capas y decoraciones de trazas espesas.
El lado malo: trabajar con la amenaza constante de que el jabón se te espese de repente es muy estresante. No tienes mucho tiempo para reaccionar si no tienes todo a mano, y como no dejes enfriar la sosa, los aceites y hasta los aditivos, se te puede complicar la existencia mucho.
Es verdad que casi todo esto se contrarresta un poco trabajando con temperaturas bajas, y que la experiencia ayuda, pero mi consejo es que si eres principiante, no te compliques y uses concentraciones menores.
Como decía antes, durante las semanas de secado, tanto los jabones hechos con concentraciones altas como los hechos con concentraciones bajas, perderán el agua que sobra, quedando ambos con una textura similar, y la elección de una lejía más concentrada tiene mucho más que ver con el proceso de hacer el jabón que con las características finales del jabón en sí.
¿Mis preferencias personales? pues en los talleres casi siempre hacemos los jabones al 28%, pero cuando hago mis jabones fuera del taller, suelo usar entre el 35% y el 45% , dependiendo de la receta y la complejidad del jabón. Sólo uso concentraciones menores si voy a usar fragancias sintéticas.
Es un tema un poco ladrillo, pero espero que os haya podido ayudar la explicación.
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viernes, 29 de marzo de 2013
jueves, 28 de marzo de 2013
Muy Personal
No suelo hacer entradas muy personales en el blog. Me da reparo, la verdad, pero hace tanto que no actualizo, que he pensado que hacía falta una explicación, y a veces hay que sacar lo que uno tiene dentro.
El año pasado, 2012, si bien en el aspecto jabonero fue un año estupendo, en lo personal, fue un año terrible. Mi padre, que prácticamente vivía conmigo, enfermó. Mi día a día se convirtió en un sin fín de visitas médicas, idas y venidas a los tratamientos, ocupaciones y preocupaciones, hasta que a principios de verano falleció.
Durante todo ese tiempo, los talleres, los proyectos, los amigos, la familia...me ayudaban a desconectar un poco y mantener la cabeza ajena a la inmensa tristeza que sentía. Luego vino un verano raro, y llegó Septiembre, que siempre supone una vuelta a la rutina, y la súbita conciencia de que mi rutina no volvería a ser la misma, y llegó el bajón.
La verdad, no tenía ganas de escribir nada, y las pocas veces que lo intentaba lo dejaba al momento. Estaba triste y desganada, una sensación bastante rara en mi y que no ayuda nada a conseguir la inspiración y el entusiasmo necesario para contar algo interesante. Una amiga me llegó a decir que si yo no tenía ganas de hacer jabón, los mayas tenían razón y realmente el mundo debía estar a punto de acabarse.
Sería muy injusto permitir que penséis que desde entonces todo a mi alrededor ha sido gris y trágico. Nada de eso, la verdad. Desde septiembre también he tenido momentos jaboneros estupendos y divertidísimos con gente fuera de serie, anécdotas potingueras varias y otras cosas que seguro que en otras circunstancias hubiera corrido a contarlas en el blog, solo que cuando me sentaba delante del ordenador sencillamente no podía.
Así que hace ya unas semanas, he decidido terminar con esta fase de autocondescendencia y ponerme las pilas, tanto en lo jabonero como en lo personal, empezando por el blog.
¡Hasta aquí hemos llegado con la pereza! Os debo unas cuantas entradas y me pongo a ello, antes de ponerme supercursi y empezar a sonar como Annie
Besos, muchos besos.
Maribel
El año pasado, 2012, si bien en el aspecto jabonero fue un año estupendo, en lo personal, fue un año terrible. Mi padre, que prácticamente vivía conmigo, enfermó. Mi día a día se convirtió en un sin fín de visitas médicas, idas y venidas a los tratamientos, ocupaciones y preocupaciones, hasta que a principios de verano falleció.
Durante todo ese tiempo, los talleres, los proyectos, los amigos, la familia...me ayudaban a desconectar un poco y mantener la cabeza ajena a la inmensa tristeza que sentía. Luego vino un verano raro, y llegó Septiembre, que siempre supone una vuelta a la rutina, y la súbita conciencia de que mi rutina no volvería a ser la misma, y llegó el bajón.
La verdad, no tenía ganas de escribir nada, y las pocas veces que lo intentaba lo dejaba al momento. Estaba triste y desganada, una sensación bastante rara en mi y que no ayuda nada a conseguir la inspiración y el entusiasmo necesario para contar algo interesante. Una amiga me llegó a decir que si yo no tenía ganas de hacer jabón, los mayas tenían razón y realmente el mundo debía estar a punto de acabarse.
Sería muy injusto permitir que penséis que desde entonces todo a mi alrededor ha sido gris y trágico. Nada de eso, la verdad. Desde septiembre también he tenido momentos jaboneros estupendos y divertidísimos con gente fuera de serie, anécdotas potingueras varias y otras cosas que seguro que en otras circunstancias hubiera corrido a contarlas en el blog, solo que cuando me sentaba delante del ordenador sencillamente no podía.
Así que hace ya unas semanas, he decidido terminar con esta fase de autocondescendencia y ponerme las pilas, tanto en lo jabonero como en lo personal, empezando por el blog.
¡Hasta aquí hemos llegado con la pereza! Os debo unas cuantas entradas y me pongo a ello, antes de ponerme supercursi y empezar a sonar como Annie
Besos, muchos besos.
Maribel
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