sábado, 21 de abril de 2012

Un jabón con mucho cuento

En el foro de Mendrulandia, verdadero paraíso del jabón, organizamos hace unos meses un intercambio jabonero. Este es el jabón que presenté. Una versión lujosa del Jabón Negro de Marruecos, de aceite de oliva y argán.
Para darle un toque original y exótico, Lo presenté en una manga pastelera decorada a mano, y en vez de poner los ingredientes y el modo de empleo así a palo seco, me inventé toda una leyenda con príncipes, princesas, jabones y oasis lejanos. Ahí os enseño mi jabón y mi cuento. Espero que os guste.

Se dice que hubo una vez en el Lejano Oriente, un Príncipe que deseaba casarse con la hermosa Princesa del reino vecino. La Princesa accedió a ser su esposa si él le traía una joya desconocida, rara y preciosa, y si no le agradaba su regalo, escogería a otro de sus muchos pretendientes. Aunque el Príncipe poseía valiosas joyas, partió en su alfombra voladora a países lejanos, dispuesto a ofrecer a la Princesa algo muy especial.

Viajó cruzando desiertos y mares, y cuando estuvo cansado de buscar, paró en una casa humilde junto a un oasis para que le dieran cobijo. Allí encontró a una joven que daba vueltas con una cuchara de madera a un caldero dispuesto sobre unas brasas. Desprendía un delicioso aroma a especias exóticas. Al Príncipe le pareció muy hermosa, más que la Princesa, y su piel era tersa y suave como la más fina de las porcelanas. Durante un rato admiró fascinado a aquella mujer, que de forma tan sensual mezclaba ingredientes: El mejor y más fragante Aceite de Oliva, con dorado Aceite de Argán, Aceitunas Negras. Ricos Aceites Esenciales de Anís y Clavo, otros Perfumes hechos por magos, que evocaban lugares lejanos, y también unos extraños polvos llamados potasa, que sin duda había obtenido de algún alquimista.
Él no podía apartar la vista ni de ella ni del proceso que estaba llevando a cabo. Ella le explicó que estaba haciendo jabón. No un jabón cualquiera, sino uno cremoso, cuya receta mágica sólo ella conocía, y que podía conseguir que, hasta la piel más curtida de los habitantes del desierto, quedase suave como los pétalos de una flor. Ella tomó un poco de jabón del caldero y se lo ofreció. Él lo observó entre sus dedos. Era oscuro, transparente y muy, muy brillante.

–Como una gema - pensó el Príncipe. –Esta es la joya que debo llevar a la Princesa. Por fin la encontré.

El Príncipe quiso probar aquel jabón tan exquisito, y la joven le condujo hasta el oasis.
En la orilla, le despojó de sus ropajes y le humedeció la piel. Él observaba maravillado su fascinante modo de empleo. Con dedos delicados, ella aplicó una pequeña cantidad de jabón, más o menos del tamaño de una almendra, sobre la piel húmeda del Príncipe, extendiéndola con un suave masaje por todo el cuerpo, y lo dejó un poco de tiempo para que hiciera su magia antes de aclararlo con agua y una esponja. El Príncipe, llevado por las sensaciones, dejó escapar varios suspiros placenteros que, si bien algunas lenguas maledicentes atribuyeron a la falta de decoro en los masajes de la joven, el Príncipe explicó, y queremos creerle, que se debían al reconfortante y exquisito aroma del jabón.


Después de esta experiencia, el Príncipe no quiso llevar la joya recién descubierta a la Princesa.


--Anda y que la zurzan. A ella y a su estúpida forma de elegir pareja- se dijo, -Me quedo con la jabonera, su jabón y sus masajes, que seguro que me alegran la vida más y mejor.


Y se quedó en el oasis con la hermosa jabonera. Cuentan las crónicas que durante toda su vida se mantuvieron jóvenes y bellos, y era frecuente encontrarlos por todos los oasis del Reino, aplicándose mutuamente jabón.

Maribel